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22/11/2021 Paradoja alimentaria: la vergüenza del siglo


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Así se denomina técnicamente al hecho de que una tercera parte de los alimentos producidos globalmente son desperdiciados, mientras que el 25% de la población mundial padece inseguridad alimentaria o hambre.

No caben dudas de que el modelo actual de distribución de alimentos está fallando. No solo resulta inaceptable que mientras algunas personas no tengan que comer otras desperdicien sin límites, sino que, además, los costes medioambientales de este gran desajuste son notables, puesto que los alimentos desperdiciados en todo el mundo generan el 10% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Ésta es una de las principales conclusiones del Informe “El rol de las ONG: un sector en evolución”, elaborado en el marco del Programa de Liderazgo Social de Esade-PwC.

El hambre sigue siendo una problemática que los Estados aún no logran resolver. La pobreza y la desigualdad estructural llevan al flagelo del hambre que hoy en día, en pleno siglo XXI, resulta totalmente inaceptable.  El Informe “El rol de las ONG: un sector en evolución”, elaborado en el marco del Programa de Liderazgo Social de Esade-PwC pretende responder a la cuestión de cómo los bancos de alimentos pueden abordar las ineficiencias del sistema alimentario aprovechando las tecnologías digitales para mejorar la distribución de los recursos y su gestión.

A tal efecto, el documento proporciona importantes datos de contexto y cifras relacionadas con la llamada “paradoja alimentaria”, así como algunas dinámicas de la economía de plataformas, que pueden inspirar para renovar el modelo actual de banco de alimentos. Finalmente, ofrece tres tendencias predominantes: en primer lugar, la necesidad urgente de actualizar los datos sobre desperdicio alimenticio; en segundo lugar, los sistemas de voluntariado también deben actualizarse; y, por último, se debe avanzar en revertir el desigual acceso a la tecnología.

La primer de las tendencias es quizás una de las más preocupantes. A pesar de los esfuerzos globales impulsados por la ONU a través de la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), durante los últimos seis años, el hambre ha aumentado en todo el mundo. Situación que se ha visto aún empeorada tras el paso de la pandemia. El ODS 2, en particular, pretende "poner fin al hambre el hambre, lograr la seguridad alimentaria y la mejora de la nutrición y promover la agricultura sostenible" (ONU, 2015). Al paso que vamos, será muy difícil, sino imposible, efectivamente alcanzar este objetivo.

El informe de Esade-PwC advierte que la inseguridad alimentaria y la desnutrición son más acuciantes en Asia, África, América América Central y el Caribe. Para quienes viven en países de ingresos medios o altos, la principal preocupación no es la escasez, sino la mejora de la nutrición, por ejemplo, para reducir la prevalencia de la obesidad entre la población adulta (OMS, 2017). En este sentido, más de la mitad de la población de la UE tiene sobrepeso y una de cada siete personas es obesa (Eurostat, 2021). Además, el hambre es una cuestión compleja que normalmente es síntoma de pobreza y privación de otras necesidades materiales. NO hay dudas de que el sistema alimentario tal y como está planteado está fallando.

El desperdicio de alimentos es otro de los grandes problemas. Según el Informe sobre el Índice de Desperdicio de Alimentos (PNUMA, 2021), alrededor de 931 toneladas de residuos alimentarios se generaron a nivel mundial en 2019, es decir, el 17% de todos los alimentos producidos. Este conlleva enormes pérdidas económicas tanto para los productores como para los operadores alimentarios. Las causas de este fenómeno, explica el informe, varían según la geografía: en los países de renta media-alta y alta la mayor parte del desperdicio se produce en los hogares a nivel de los consumidores. El desperdicio de alimentos también está vinculado a diferentes fenómenos institucionales, como el exceso de oferta, las normas de la industria en aspectos como el envasado, la estética defectuosa de ciertos productos, o la proximidad de las fechas de caducidad. Mientras que, en el Sur global, los alimentos se desperdician en la cadena de suministro de alimentos, sobre todo debido a las pérdidas posteriores a la cosecha o a la falta de infraestructura (ONU, 2019).

El volumen de desperdicio de alimentos a nivel mundial también tiene otras externalidades ambientales. Se estima que entre el 8 y el 10% de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) corresponden a alimentos producidos, pero no consumidos (PNUMA, 2021). En este sentido el impacto del desperdicio de alimentos es cinco veces mayor que el de la industria aeronáutica. Según estimaciones publicadas en 2011, si el desperdicio de alimentos fuera un país, sería el tercer mayor emisor de GEI, solo por detrás de China y Estados Unidos (FAO, 2013). El impacto del desperdicio de alimentos es también bidireccional: por un lado, la industria agroalimentaria es uno de los principales contribuyentes al cambio climático; por otro, las consecuencias del cambio climático son especialmente graves para los productores, que están en el origen de la cadena.

Por todas estas razones, el desperdicio de alimentos, y la inseguridad alimentaria son -y seguirán siendo- temas apremiantes en las agendas de los gobiernos, las empresas, las organizaciones sin ánimo de lucro y la sociedad civil. El informe explica que, a lo largo de la historia, los bancos de alimentos han aportado la solución a la paradoja alimentaria y al problema del desperdicio. Ahora que se hallan en la primera línea de la redistribución de alimentos para aquellas personas que los necesitan, tienen la oportunidad de combinar su know-how, su experiencia, sus redes basadas en la confianza y sus almacenes con los avances de la digitalización.

En este contexto, el documento afirma que uno de los aspectos claves de la “plataformización” de los bancos de alimentos es la implementación de un sistema integral de gestión de stocks con los instrumentos digitales adecuados para ello.  Asimismo, se explica que las herramientas digitales (“plataforma”) ofrecen oportunidades para incrementar la eficiencia operativa y mejorar el desempeño global. En este sentido, el informe concluye que las soluciones digitales suponen algo más que el mero acceso a las herramientas y enumera una serie de aspectos que pueden significar una gran mejora:

  • Facilitar la evaluación de las necesidades de los diferentes actores y su disponibilidad a adoptar innovaciones digitales.
  • Codiseñar una solución con los desarrolladores y facilitar espacios de cocreación con los usuarios finales de las apps.
  • Ofrecer apoyo y supervisión offline para garantizar la puntualidad en las recogidas y en las entregas.
  • Crear una plataforma para movilizar las comunidades actuales como reservas no exploradas de capital social que pueden servir a las necesidades de un banco de alimentos.

Fuente: Diario responsable

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